Cristianismo proto-ortodoxo

Ignacio de Antioquía, uno de los Padres Apostólicos, fue el tercer Patriarca de Antioquía, y es considerado un alumno de Juan el Apóstol. En el camino a su martirio en Roma, Ignacio escribió una serie de cartas que son ejemplos de la teología cristiana primitiva, incluyendo la modificación del sábado, el ascenso del obispo y la crítica a los llamados «judaizantes».

El término cristianismo protoortodoxo o protoortodoxia describe el movimiento cristiano primitivo que fue el precursor de la ortodoxia cristiana. Fue acuñado por Bentley Layton (un importante erudito del gnosticismo y coptólogo en Yale), pero a menudo se atribuye erróneamente al erudito del Nuevo Testamento Bart D. Ehrman.[1]​ Ehrman sostiene que este grupo desde el momento en que se hizo prominente a finales del siglo tercero, "sofocó su oposición , afirmó que sus puntos de vista siempre habían sido la posición mayoritaria y que sus rivales eran, y siempre habían sido, 'herejes', que voluntariamente 'eligieron' rechazar la 'creencia verdadera'". [2]​ En contraste, Larry W. Hurtado sostiene que el cristianismo proto-ortodoxo tiene sus raíces en el Cristianismo del primer siglo.

Los conceptos básicos del cristianismo proto-ortodoxo establecen que los cuatro Evangelios nos dicen todo lo que necesitamos saber acerca de la vida de Jesús, su muerte y su resurrección. Ellos fueron quienes transmitieron todo el Nuevo Testamento que todavía se acepta como parte del canon actual. Junto con las Escrituras, son responsables de la transmisión de la jerarquía en la iglesia que vemos hoy. Similar a lo que se cree actualmente sobre Jesús, creyeron que Cristo era tanto divino como un ser humano. Ni una parte ni la otra ni nada de eso, sino totalmente ambos. Junto con esta creencia de Cristo hicieron hincapié en la Trinidad, que es el Padre (Dios), el Hijo (Jesucristo) y el Espíritu Santo; «Tres personas, pero sólo un Dios, el misterio en el corazón de la fe cristiana tradicional».[3]​ Aunque esto parece común en el cristianismo de hoy, tuvieron algunas prácticas y aspectos que no son particularmente comunes hoy en día.

El martirio fue una gran parte del cristianismo proto-ortodoxo. Este fue hecho famoso (por decirlo así) por Ignacio, quien era obispo de Antioquía a comienzos del siglo II. Marcó la pauta para el martirio cuando él mismo se convirtió en un mártir de la fe. Fue capturado por los romanos por «actividades cristianas» (137 d. C.). Como era común en aquellos tiempos, serviría de alimento para las fieras. Estaba orgulloso de morir y no quería evitar el suplicio. Esperaba a las bestias que lo iban destrozar completamente, con la esperanza de que iba a ser «capaz de alcanzar a Dios».[4]​ Después de Ignacio fue visto como un privilegio morir por la fe. De hecho, el martirio se convirtió en una manera de identificar a los verdaderos creyentes de los herejes. Si alguien no estaba dispuesto a morir por lo que creía, era visto como no dedicado a la fe.

Otra faceta de la fe fue la estructura de la iglesia. Era muy común, como lo es hoy en día, que la iglesia tenía un líder. Ignacio escribió varias cartas a varias iglesias instruyendo dejar que los líderes (por lo general los obispos) manejaran todos los problemas dentro de la iglesia. Los miembros supuestamente debían escuchar a los obispos ya que eran los líderes. «Sed sujetos al obispo como al mandamiento [...] es necesario considerar al obispo como al Señor mismo [...] No hagáis nada sin el obispo».[5]​ El papel del obispo allanó el camino para la jerarquía en la iglesia que a menudo vemos en la actualidad.

Otro aspecto importante a mencionar sobre el cristianismo proto-ortodoxo es su opinión sobre los judíos y las prácticas judías. Un libro importante para ellos era la epístola de Bernabé. Este libro informaba a los «verdaderos» cristianos que los judíos de hecho no sabía cómo interpretar su propia Biblia. Se afirmaba que los judíos tomaron varias cosas en el Antiguo Testamento (como lo que no se debe comer, manteniendo el reposo y ayuno) literalmente, en lugar de conocer el verdadero significado. El autor consideraba incluso que Jesús era el motivo para que el Antiguo Testamento fuera escrito y que «los cristianos no judíos son los herederos de las promesas hechas a los patriarcas de Israel». A su juicio, «los judíos siempre se habían adherido a una religión falsa».[6]

  1. Layton, Bentley (1 de agosto de 1995). Las Escrituras Gnósticas: Una nueva traducción con anotaciones e introducciones (en inglés). Nueva York: Doubleday. p. 166. ISBN 978-0300140132. 
  2. Ehrman, 2015, p. 7.
  3. Ehrman, Bart D. (2003). «On the Road to Nicaea: The Broad Swath of Proto-orthodox Christianity». Lost Christianities: The Battles for Scripture and the Faiths We Never Knew. Nueva York: Oxford UP. pp. 136. (requiere registro). 
  4. Ehrman, Bart D. (2003). «On the Road to Nicaea: The Broad Swath of Proto-orthodox Christianity». Lost Christianities: The Battles for Scripture and the Faiths We Never Knew. Nueva York: Oxford UP. pp. 137. (requiere registro). 
  5. Ehrman, Bart D. (2003). «On the Road to Nicaea: The Broad Swath of Proto-orthodox Christianity». Lost Christianities: The Battles for Scripture and the Faiths We Never Knew. Nueva York: Oxford UP. pp. 141. (requiere registro). 
  6. Ehrman, Bart D. (2003). «On the Road to Nicaea: The Broad Swath of Proto-orthodox Christianity». Lost Christianities: The Battles for Scripture and the Faiths We Never Knew. Nueva York: Oxford UP. pp. 145. (requiere registro). 

© MMXXIII Rich X Search. We shall prevail. All rights reserved. Rich X Search